jueves, 6 de febrero de 2014

Banega, ahora sí, la soltó de primeras



Hace 5 años y 11 meses el Valencia se hacía con los servicios del ‘5’ más prometedor del campeonato argentino, un desconocido -en el viejo continente- chaval de 19 primaveras que ya descollaba en Boca y, según los parabólicos del balompié iberoamericano, con mejores hechuras que el otrora ínclito Fernando Gago. Agustín Morera lo presentaría en sociedad una semana después tras acordarse el abono de 18 millones de euros -tarifa plana de la era Solerista-.

En estos 6 años el rosarino ha protagonizado un raudal de anécdotas extravagantes, fechorías de mal profesional y episodios catalépticos de fútbol, unos por estado de forma y otros actitudinales. Ha sido un jugador que, en término global, no ha logrado subyugar y canalizar el evidente e incontestable don que tiene para practicar este deporte al nivel de los más grandes del planeta. Un desperdicio de talento nato al alcance de unos elegidos, una delicatessen que se marcha por el retrete de la inconsciencia y carencia de amor propio.

Lo reconozco, soy un enamorado sempiterno del fútbol sedoso de Éver, desde el primer día que lo vi mimar el cuero, escoltarlo corporalmente y trazar pasillos imposibles cual arquitecto sobre el verde, atravesando líneas defensivas con una destreza pasmosa. Me cuesta recordar un pelotero de semejantes dimensiones, que aunara esa precisión técnica y clarividencia para leer el juego vistoso. Un plato selecto para deleite de los paladares más exquisitos, un bocado de sensaciones inefables.

Lo que ha lastrado su rendimiento -apócrifamente relacionado con la etiqueta de la cacareada irregularidad-, es su connatural tic sudamericano, su exasperante lacra por magrear la bola, provocando pérdidas de balón o ralentizando incipientes contraataques, lo que le aparta de la disciplina futbolística europea. Su talón de Aquiles, su substancial hándicap. Luego podemos injerir diversas circunstancias que connoten tal desajuste, pero son meros elementos accesorios. Igualmente ha demostrado estar capacitado para ser el cerebro de este equipo, a su manera, desembarazar partidos atorados con su clase impar y echarse el equipo a la espalda adjudicándose todo el peso ofensivo, siendo el alma máter.

Una vez que Pizzi le confiere a Banega un rol secundario en la función che, entra en marcha la maquinaria para salir del club, sin titubeo alguno. Decisión meridiana y taxativa, se larga de Mestalla. Pero es en este intrincado momento cuando el ‘10’ adopta un cariz preponderante respecto a su agente Marcelo Simonian -que lleva 6 años en sequía comisionista y buscaba desesperadamente una operación de traspaso-, imperando su designio más anhelado, el regreso a casa.


 Y así se fragua su vuelta a Argentina, a su ciudad natal, a su equipo de alevines e infantiles, a su club del alma -tatuaje en gemelo derecho mediante-. El de Rosario opta por la salida fácil y más confortable, rodearse de los suyos en un clima idóneo que le otorgue esa paz integral, alejado de polémicas y filípicas viciadas, que lo enfilan por inercia al mínimo fallo, para resetear la mente y reencontrarse consigo mismo -una catarsis profunda- y con su mejor versión cara al Mundial de Brasil, que es lo que prevalece para todo futbolista susceptible de ir. Busca disfrutar, divertirse, reír, jugar acomodado y aliviado de corsés tácticos. Efugio placentero a la carta.

Y así, por primera vez, Éver Maximiliano David Banega la suelta de primeras, abandona la floritura, y lo hace por convicción personal. Allá cada cual con sus censuras éticas o moralinas a granel, no seré yo quien lapide la decisión sincera de un futbolista atrapado en un microclima que le estrangula. Habiendo reconocido todos sus pros y contras, no le deseo ningún mal a quien jamás profanó directa ni discrecionalmente el escudo del Valencia, sí a consecuencia de sus equívocas pautas de vida.

‘Talento Banega’, que le vaya bonito allende.

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